Nació
en Quito en 1972. Es periodista y fotógrafa. Se ha destacado en áreas de Lengua
española y Educación superior. Ha participado en diversos recitales de poesía
en Ecuador y España. Ha publicado artículos periodísticos y textos literarios
en diversos medios escritos, y tiene inéditos una antología de su poesía desde
1990: Paredes Blancas y un libro de poesía infantil: Tratado de las estrellas y
la medialuna.
CRITERIOS DE OTROS AUTORES SOBRE LA ESCRITORA
Delgado (Quito, 1972), reúne una serie de composiciones sutilmente
ligadas a lo onírico. "Tréboles de cuatro hojas ascienden al cielo/
arropan mi cuerpo desnudo", por ejemplo, es una expresión que recuerda
esos cuadros surrealistas en que lo humano y lo natural se fusionan de modo
sorprendente. La realidad, sin embargo, penetra en ese mundo de los sueños y lo
parte como un rayo, cuando la poeta evoca, enternecida, la muerte de su pequeño
hijo: "no estas…/ aspiro tu aliento/ guardo la flor del baobab".
Si, mas allá del arte y sus exigencias de pureza y elaboración, el dolor motiva
algunos estremecidos y bellos momentos de esta poesía tachonada de rasgos
surrealistas. Así, su Josué, ido para siempre, es "moneda de agua"
que "se escapa/ mas regresa en tardes de lluvia y de llanto".
Diríamos que la evidencia de las lágrimas es más fuerte que cualquier género de
canon.
(Jorge Dávila Vázquez)
- La percepción sensorial elaborada, el culto de lo sinestésico crea en
Julia Erazo Delgado una atmósfera de palabras que evocan un mundo
autoabastecido y leve en el sentido que dio a este concepto Ítalo Calvino en su
fundamental ensayo "Sei proposti per il próximo milenio".
(Rafael Courtoisie)
SELECCIÓN POÉTICA
En esta selección poética de la autora se observa claramente el gran nivel literario que posee esta autora.
rotación
quema el
corazón
hiela sobre la tierra
la tierra
demanda un corazón
se eleva
el
corazón es de luz
amanece
desnudez
perfecta
feliz
néctar
el temor
se enreda en los brazos del naranjo
se crispa entre sus ramas
un joven
colibrí clama por alimento
entre
estambres y pistilos
una historia de aguaceros y tornados
el ave se
abre paso
entra resbala vence es vencido
desata olas de rocío
la brisa
se incorpora para saludarle
plumas azules baten su cuerpo
alcanza
el néctar
fugazmente
hoy seré
lo que soy desde que he sido
he sido
quizá
hace siglos
quizá
hace nada
quizá
en el fondo de un pantano
que no es tiempo
que no es el espacio donde habito
fugazmente
te encuentro
contigo hablo
niño a niño
como el
agua entre tu cuerpo
cuando llueve
o mi boca
con tus labios
cuando hay beso
es inútil
pronunciar este misterio
que es lo simple o lo divino
o una de las nadas que tenemos
sueño
un hombre
una nube un caballo
una cadena de ojos
el aire una serpiente adormecida entre sus labios
una ronda
en los valles del sueño
vagan por
el horizonte
forman un arco en la madrugada
acaso una manada
venas
anaranjadas surcan la montaña
la erupción alcanza al hombre a la nube al caballo
el hombre
despierta
una
jornada exangüe le espera silenciosa
juntos
agradecía
a todo lo que en aquel momento vivía en mi ánimo:
al reflejo rosado de las tejas, a las hierbas salvajes, al pueblo
Marcel Proust
traza el
día sus dibujos cotidianos
un árbol una telaraña de plata entre sus hojas
los dos
desde un lado distinto de la vida
miramos el horizonte
uno
dibujado sobre un mar de zanahorias
otro
poblado de murciélagos que parten a la caza
antónimos
frente al universo
juntos en el instante compartido
tréboles de cuatro hojas
tréboles
de cuatro hojas ascienden al cielo
arropan
mi cuerpo desnudo
lo guarecen de la lluvia de las tormentas solares
alguien
dice mi nombre me llama a través del bosque
pero yo
he dejado todas mis pertenencias olvidadas
para sufrir la vida de los árboles
para clavar mis raíces como dedos sedientos buscando otras manos
solo los
tréboles de cuatro hojas pueden ascender al cielo
trepar por mi cuerpo desnudo
cubrirlo guarecerlo dejarlo ser sin nombre
el bosque
productor de ecos distantes se calla
aroma
a Josué,
recuerdo de agua
ocurren
las horas los días
una tormenta
el hambre la sed
no estás
sabanas
africanas
la aurora el ocaso
una leona
tras una cálida presa
aspiro tu
aliento
guardo la flor del baobab
a pesar
de las sombras
la caza se consuma
axioma
Y lo que
veo a cada insante es aquello que nunca había visto
Alberto Caeiro
la niña
hurga entre las flores
vierte
sobre la tierra
serpentinas de gracias
de insólitos compases
tan
insólitos
como los cosquilleos
y tremores del suelo
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